domingo, 22 de febrero de 2009

La víctima debe ser oída

Respecto a la interesante entrada de Camecasse, en primer lugar, está demostrado el rotundo fracaso de la función resocializadora de la prisión.

En segundo lugar, en todo el fango doctrinal que opaca el mundo criminológico, la Victimología apenas está cobrando relevancia real desde hace bien poco. La víctima ha dejado de ser un simple elemento subjetivo pasivo, a quien simplemente hay que "escuchar TRAS socorrerlas y protegerlas". Lo cierto es que hay que escucharlas PARA poder socorrerlas y protegerlas adecuadamente; la ley se hace para proteger precisamente a las (potenciales) víctimas (todo el mundo), y deben tener su voz.

Es bien cierto que los media pueden, con ánimo sensacionalista, pervertir la voz (mal transmitida) de las víctimas, pero lo cierto es que la alarma social, para ser realista, nace de ellas, aunque debiera ser transmitida sin desviaciones manipuladoras. Con todo, defiendo que el legislador debe afrontar las reformas penales en frío, pero sin desoir a los que sufren los defectos de la ley.

Respecto a la cadena perpetua, sin entrar en ligarla con sistemas absolutistas ni condicionarla a interés retributivo alguno (discrepo, lo siento), no es necesaria, pero sí lo es, a mi juicio, abordar una revisión profunda, al alza, de los delitos más graves, y, sobre todo, del sistema de beneficios y reducciones, que escupen a la cara de las víctimas en pro de objetivos (políticos, presupuestarios) ajenos por completo al sentido de la pena.

3 comentarios:

  1. Estimada Irene, hasta el momento, uno de los fracasos más evidentes en el terreno de la Criminología y del Derecho Penal son las políticas basadas en el endurecimiento de las penas con fines de prevención general; está demostrado que estadísticamente no mejora en los casos de criminalidad violenta (a los que va dirigida la cadena perpetua), e incluso puede llegar a empeorar (terrorismo de naturaleza ideológica o religiosa, generando mártires que producen un gravísimo incremento del apoyo social). No se trata de ser blandos, se trata de atender a criterios no retributivos, basados en la prevención general integradora. Soy consciente de que la resocialización no está funcionando como debería, pero no por culpa del sistema garantista, sino por la mediocre política penitenciaria que existe en nuestro país. La reincidencia es un problema más vinculado a una defectuosa aplicación de las leyes, en las que (por falta de presupuesto) no se somete a los presos a los adecuados análisis de prognosis criminal que evitaría la injusta aplicación de beneficios penitenciarios a sujetos potencialmente reincidentes.
    Pese a las carencias, considero imprescindible no olvidar el fin resocializador de la pena, al menos como fundamento jurídico-teórico y como meta o aspiración; además, sí se han obtenido resultados prácticos en algunas prisiones y ante determinados tipos de criminalidad, con iniciativas y terapias ocupacionales de gran validez, centros bien dotados para la desintoxicación y deshabituación de drogodependientes, medidas de seguridad con menores...
    Insisto en que no debemos renunciar, aunque sea difícil, a las políticas reeducativas, debemos reforzar los análisis criminológicos de cara a la correcta aplicación de los beneficios penitenciarios, dotar de infraestructura a las prisiones para mejorar los tratamientos, las terapias y los talleres ocupacionales, y por supuesto, no olvidar a las víctimas, dotarlas de ayuda asistencial, psicológica, jurídica y económica, escuchar sus argumentos, pero, por favor, hay que dejar ya de instrumentalizarlas.

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  3. Querido Camecasse

    Respecto a la (temida, con razón) instrumentalización de las víctimas, permíteme que insista en reivindicar el papel del que sufre.

    Si algo se ha demostrado ineficaz en materia penal es que los legisladores se enquisten en una burbuja para realizar su labor. Si bien es cierto (y así creo haberlo expuesto) que deben mantener la cabeza fría, permitir que lleven a cabo su labor sin escuchar a las víctimas (o a la víctima en general, la masa social) sólo hace imposible que actúen en referencia a la (cruda) realidad.
    Está claro que esa realidad sufre toda clase de intentos de manipulación (política, sí, por los medios, tambíén), pero ahí está la habilidad de los juristas y políticos para superarlos; proponer podar el arbol entero porque algunas ramas han crecido torcidas impide obtener los frutos.

    Es aquí donde la figura del criminólogo debería recibir más peso para pulsar esa realidad (en especial a lo que se refiere a la alarma social sostenida), aunque también podría ser susceptible de corrupción y manipulación.

    Respecto al endurecimiento de las penas, es cierto que es discutible que no tenga el efecto esperado en la delincuencia violenta, pero, por encima de otras disquisiciones (retribucionistas o no) lo que la gente quiere es que el violador esté controlado/internado el mayor tiempo posible; los fracasos en reeducación, debidos a falta de presupuesto y/o falta de estrategia penitenciaria, no autorizan a "hacer experimentos con gaseosa", que diría Ortega y G.).

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