sábado, 29 de octubre de 2011

LOS SERVICIOS DE INTELIGENCIA EN EL CINE: ALGO MÁS QUE CINE DE ESPÍAS

El “cine de espías” está considerado como un auténtico subgénero que ha llenado las pantallas de agentes secretos, con desigual calidad cinematográfica, pero en la mayoría de los casos muy alejados del verdadero funcionamiento de un servicio de inteligencia (o al menos, eso suponemos). En esta línea encontramos, cómo no, toda la serie de 007, tan próxima a la verdad como Anacleto, Mortadelo o el Superagente 86. Con mayor crudeza pero con la misma falta de verosimilitud nos topamos con las películas de Bourne, una muestra del mejor cine de acción que se ha hecho en la última década, pero más próximo al universo de los superhéroes que a la aburrida realidad de los espías auténticos.

El Hollywood más progre de los setenta se aproximó al mundo de los servicios de inteligencia con una aspiración realista, pero con un marcado tufo conspiranoide; en este sentido destacan películas como “Marathon man”, y la más representativa y muy aceptable “Los tres días del cóndor” (1975) de Sydney Pollack, muy interesante en sus primeros minutos, porque refleja una parte de la comunidad de inteligencia muy alejada del perfil prototípico del entorno del espía, una oficina de analistas de información, más parecidos a las típicas ratas de biblioteca que a James Bond (salvo por el “pequeño matiz” de que una de esas ratas es Robert Redford en su época dorada...). La película finalmente deriva hacia una trama más al uso del cine clásico de espías.

En un territorio más próximo al cine de acción y con un mensaje conservador muy cercano al pensamiento neocon, destaca la serie sobre el agente de la CIA Jack Ryan, creado para la literatura por Tom Clancy, y que ha dado lugar a una serie de películas, simplemente entretenidas, de entre las que destacan “La caza del Octubre Rojo” (1990) y “Juego de patriotas” (1992).

La adaptación que John MacKenzie realizó en 1987 del clásico de Frederick Forsyth “El cuarto Protocolo” tampoco merece formar parte de la historia del cine; un guión firmado por el propio Forsyth (junto con George Axelrod) que se aprovecha de un buen material de origen, concede a la película una alta dosis de verosimilitud y una visión realista de los servicios de inteligencia en plena Guerra Fría. Es una lástima que una realización tan plana desaproveche esos mimbres. Michael Caine, borda el papel de agente secreto un poco cínico, pero lo tenía fácil dado que se especializó en este tipo de roles gracias a la serie de películas sobre el Agente Harry Palmer que comenzó con “Ipcress” en 1965.

Otro ilustre novelista que ha tenido que soportar con estoicismo sus adaptaciones cinematográficas es John Le Carré, aunque en este caso con algo más de fortuna, como por ejemplo la interesante “El espía que surgió del frío” (Martín Ritt, 1965). Un personaje menor de esta novela, George Smiley, alcanzaría su máximo interés en una obra fundamental dentro de la literatura “de espías” como es “Calderero, sastre, soldado, espía”. De esta novela se ha realizado una adaptación aceptable este mismo año, “El topo”, pero hay que destacar ante todo la magnífica serie homónima que realizó la BBC en 1979, dirigida por John Irvin y prodigiosamente interpretada por Alec Guinness. Smiley es un analista veterano del MI6 británico, flemático, en baja forma, con serios problemas sentimentales, en la antípodas de James Bond; un personaje que inunda de realidad el mundo del espionaje de ficción, casi siempre más cerca de la ciencia-ficción.

Graham Greene es un autor que ha demostrado una indudable calidad literaria y un gran sentido cinematográfico en sus argumentos, pues algunas de las adaptaciones cinematográficas de sus obras tienen un alto nivel artístico: “Nuestro hombre en la Habana” (Carol Reed, 1959), “El factor humano” (Otto Preminger, 1979), “El americano impasible” (Phillyp Noyce, 2002), y fundamentalmente “El tercer hombre” (Carol Reed, 1949). Esta última no la destacaría solo dentro del subgénero de espías, sino como una de las grandes películas de la historia del cine, en la que el propio Graham Greene firma el guión, y donde Orson Welles actúa como director en la sombra.

Por su valor cinematográfico no debemos olvidar el cine de Alfred Hitchcock quien, en numerosas ocasiones, ha tocado el mundo del espionaje, aunque casi siempre de manera circunstancial, como mero soporte de la trama fundamental, una excusa argumental que él denominaba Macguffin. Quiero destacar en este sentido esa joya llamada “Encadenados” (1946), en la que Ingrid Bergman se convierte en “el infiltrado más bello” de la historia del cine y donde Cary Grant interpreta a un agente del FBI que, de manera casi psicopática pero muy profesional, empuja a su novia a introducirse en una red de nazis en Brasil y comprometerse con su peligroso jefe.

En este repaso anárquico e incompleto no debemos olvidar una muestra de cine no-anglosajón, reciente, “La vida de los otros”, gran película alemana de 2006 que nos introduce a modo de “espejo de Alicia”, en los sentimientos que se encuentran al otro lado; un capitán de la Stasi tiene la misión de espiar y escuchar las conversaciones de un escritor y de su novia. El director, Florian Henckel von Donnersmarck, al igual que hizo Coppola en 1971 en “La conversación”, nos permite empatizar con un personaje oscuro, una especie de voyeur profesional, que hurga en la intimidad ajena, pero que también es capaz de sentir y sufrir por lo que le ocurra a las personas espiadas.

Vuelvo al mundo de la televisión, donde sin duda se están desarrollando las mejores obras audiovisuales de la última década. “Rubicon” es una serie de 2010, producida para la cadena televisión por cable americana AMC, de la que se ha emitido la primera temporada y que desgraciadamente no va a tener continuidad. Recupera el estilo de “Calderero, sastre...”, con un muy alto rigor documental y alejada de tópicos. La trama es interesante, su ritmo pausado y envolvente, termina atrapando... pero son los detalles los que convierten “Rubicon” en una serie de referencia para conocer ese estrato de la comunidad de inteligencia más vinculada a la realidad del analista que al clásico agente operativo.

El mundo del espionaje ha sido infinidad de veces abordado en películas y series de televisión. Pero casi siempre desde la óptica más operativa, asociándolo a otros géneros como el bélico, el policiaco o el político. El cine habla más de “servicios secretos” que de “servicios de inteligencia” y aún falta esa gran película que se se introduzca en el mundo del análisis, una fase del ciclo de inteligencia muy difícil de plasmar en la pantalla, pero de tal importancia y trascendencia que representa el momento en que la información deja de serlo, para convertirse en inteligencia.


martes, 22 de marzo de 2011

Lo injusto de creer en un mundo justo

Es sabido que la gente es más proclive a ayudar a víctimas a las que identifica que a víctimas anónimas o de las que conoce solamente por las estadísticas; a esto se le denomina Efecto de la Víctima Identificable. Las investigaciones realizadas hasta ahora apuntaban a que este efecto es más potente cuanto mayor es la activación emocional (empatía) hacia una víctima identificada aislada. Pues bien, ahora la investigadora Tehila Kogut, de la Universidad de Ben-Gurion, ha descubierto que la identificación de una víctima en concreto puede conllevar también el refuerzo de percepciones negativas como la culpa en situaciones donde cabe percibir a la propia víctima como responsable de su aflicción, con la consecuencia final de que se desplegará menor esfuerzo en ayudarla. Esto ocurre especialmente cuando el que tiene que ayudar sostiene la creencia en un mundo justo. Pero ¿en qué consiste esta creencia?.

La hipótesis del mundo justo (M.J.Lerner) explica una modalidad de autoengaño muy extendida, que consiste básicamente en defendernos de lo que no nos gusta evitando verlo, pensando que, de alguna (irracional) manera controlamos la realidad, incluso el azar, adjudicándole causas y efectos (igualmente irracionales). Este autoengaño protege la autoestima, manteniendo preceptos como que “las malas acciones acaban teniendo su castigo”, y degenera en creer que las cosas malas le ocurren a personas malas, y que cada uno tiene lo que se merece. Se trata de un concepto ampliamente manejado en Victimología, que ahora se ve refrendado por este nuevo descubrimiento.

lunes, 10 de enero de 2011

Criminólogo: ¿soy o no soy?

Al hilo de un antiguo post de Camecasse (

http://criminalgeographic.blogspot.com/2009/06/el-criminologo-y-su-repercusion.html#comment-form ), se ha reactivado la polémica respecto a qué titulados pueden o no presentarse como "Criminólogos". Algún seguidor del blog afirma que sólo los licenciados o graduados en Criminología. El tema no parece ser tan sencillo.

Efectivamente, tras la aprobación de la Licenciatura y del Grado en Criminología, vamos hacia una (deseada) normalización del título (ya veremos si también de la profesión).

Sin embargo, sería torpe e ingenuo pensar que la Criminología sólo ha nacido en España con la creación del Grado; y sería injusto plantear que los profesionales que llevan décadas ejerciendo (y que han sido los que en realidad han luchado por la consolidación de la profesión) deberían quedar soslayados por los recién titulados que han tenido la suerte de optar por una licenciatura específica. reconocida.

Como se expresó en el precitado post, durante años han convivido en España toda clase de títulos propios universitarios (no oficiales); el de la UCM era uno de los más respetados (3 años de duración, más otro de tesina para obtener el Magister). ¿Cómo dejar de conferir la calidad de Criminólogo a un profesional que se ha formado así?.

Puede ser discutible sostener que los profesionales que se han limitado a realizar un (respetable) curso de un año de especialización en alguna universidad, se ganaron el derecho a decirse criminólogos, pero es que en su momento la regulación no prohibía lo contrario y no hay que olvidar que normalmente se les exigía un título oficial previo para especializarse.

Esta situación me recuerda a lo que ocurrió cuando hace tiempo se normalizó la profesión de procurador: antiguamente no se exigía ser licenciado en Derecho para ejercer, pero, al implantarse la condición, se respetó a los procuradores que ya venían ejerciendo sin dicho título. Quizás cuando se cree el Colegio de Criminólogos deberá plantearse una solución transitoria de este estilo.

Sí cabría exigir que cada uno se presente exactamente con la titulación que tiene, evitando la denominación genérica (un Dr. en Medicina no se presenta como Sanitario; nadie aceptaría que un ATS se presentara como Médico).