
Cualquier profesional de la Criminología está obligado a disfrutar de 60 horas de televisión real, mucho más real que la gran mayoría de documentales, pese a que los agentes McNulty, Bunk, Freemon, Kima, el Alcalde Carcetti, o el gánster justiciero Omar Little sean personajes de ficción, nacidos de la cabeza de un periodista llamado David Simon, y del expolicía Ed Burns; ambos son de Baltimore y han conseguido que yo también, aunque sea un poco, sea habitante de Baltimore.
Si trabajas en las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, en política, en el sistema educativo, en un medio de comunicación, en la Judicatura, en el crimen organizado... te habrás visto retratado por muchas de las situaciones que recrea The Wire. Una ficción con estética semi-documental, con guiones milimétricos y con un sentido del ritmo inconcebible en la televisión al uso, sólo comparable con la paciencia argumental de otra maravilla, antes mencionada y afortunadamente aún viva, como Mad Men.
The Wire no es maniquea (aunque se alinea claramente con los perdedores, todos los personajes tienen un lado oscuro); es una serie difícil, seca y dura (no es Disney, precisamente); no da concesiones (sin espereranza, sin happy end, todo sigue igual y los corruptos se suceden unos a otros). Es contradictoria por su honestidad, una serie sin trampas que trata sobre un mundo en el que se falsean las estadísticas criminales, se inventan entrevistas, se manipulan pruebas, se engaña a las parejas y se engañan a ellos mismos. Al igual que en Los Soprano, es aterrador el determinismo criminal que subyace: se asesina con frialdad costumbrista, sin malos rollos, sin épica, como una parte más del negocio.

En fin, este vacío existencial lo estoy supliendo con la lectura de un libro -estupendo regalo de otro wireaholic-, titulado “The Wire: 10 dosis de la mejor serie de la televisión”, recientemente editado por Errata Naturae, y muy recomendable para fans afligidos por la pérdida. De dicho texto, he extraído estas palabras de su creador David Simon, que ejemplifican el espíritu de The Wire: “A excepción de los santos y los sociópatas, son muy pocos los terrícolas que presentan algo más que no sea una confusa y corrupta combinación de motivaciones personales, casi todas egoístas y algunas incluso hilarantes (...) The Wire no intentó solamente contar un par de buenas historias; sobre todo buscó... pelea”.