El “cine de espías” está considerado como un auténtico subgénero que ha llenado las pantallas de agentes secretos, con desigual calidad cinematográfica, pero en la mayoría de los casos muy alejados del verdadero funcionamiento de un servicio de inteligencia (o al menos, eso suponemos). En esta línea encontramos, cómo no, toda la serie de
007, tan próxima a la verdad como Anacleto, Mortadelo o el Superagente 86. Con mayor crudeza pero con la misma falta de verosimilitud nos topamos con las películas de
Bourne, una muestra del mejor cine de acción que se ha hecho en la última década, pero más próximo al universo de los superhéroes que a la aburrida realidad de los espías auténticos.
El Hollywood más progre de los setenta se aproximó al mundo de los servicios de inteligencia con una aspiración realista, pero con un marcado tufo conspiranoide; en este sentido destacan películas como “Marathon man”, y la más representativa y muy aceptable
“Los tres días del cóndor” (1975) de Sydney Pollack, muy interesante en sus primeros minutos, porque refleja una parte de la comunidad de inteligencia muy alejada del perfil prototípico del entorno del espía, una oficina de analistas de información, más parecidos a las típicas ratas de biblioteca que a James Bond (salvo por el “pequeño matiz” de que una de esas ratas es Robert Redford en su época dorada...). La película finalmente deriva hacia una trama más al uso del cine clásico de espías.
En un territorio más próximo al cine de acción y con un mensaje conservador muy cercano al pensamiento neocon, destaca la serie sobre el agente de la CIA
Jack Ryan, creado para la literatura por Tom Clancy, y que ha dado lugar a una serie de películas, simplemente entretenidas, de entre las que destacan “La caza del Octubre Rojo” (1990) y “Juego de patriotas” (1992).
La adaptación que John MacKenzie realizó en 1987 del clásico de Frederick Forsyth
“El cuarto Protocolo” tampoco merece formar parte de la historia del cine; un guión firmado por el propio Forsyth (junto con George Axelrod) que se aprovecha de un buen material de origen, concede a la película una alta dosis de verosimilitud y una visión realista de los servicios de inteligencia en plena Guerra Fría. Es una lástima que una realización tan plana desaproveche esos mimbres.
Michael Caine, borda el papel de agente secreto un poco cínico, pero lo tenía fácil dado que se especializó en este tipo de roles gracias a la serie de películas sobre el Agente Harry Palmer que comenzó con “Ipcress” en 1965.
Otro
ilustre novelista que ha tenido que soportar con estoicismo sus adaptaciones cinematográficas es
John Le Carré, aunque en este caso con algo más de fortuna, como por ejemplo la interesante “El espía que surgió del frío” (Martín Ritt, 1965). Un personaje menor de esta novela,
George Smiley, alcanzaría su máximo interés en una obra fundamental dentro de la literatura “de espías” como es
“Calderero, sastre, soldado, espía”. De esta novela se ha realizado una adaptación aceptable este mismo año, “El topo”, pero hay que destacar ante todo la magnífica serie homónima que realizó la BBC en 1979, dirigida por John Irvin y prodigiosamente interpretada por
Alec Guinness. Smiley es un analista veterano del MI6 británico, flemático, en baja forma, con serios problemas sentimentales, en la antípodas de James Bond; un personaje que inunda de realidad el mundo del espionaje de ficción, casi siempre más cerca de la ciencia-ficción.
Graham Greene es un autor que ha demostrado una indudable calidad literaria y un gran sentido cinematográfico en sus argumentos, pues algunas de las adaptaciones cinematográficas de sus obras tienen un alto nivel artístico: “Nuestro hombre en la Habana” (Carol Reed, 1959), “El factor humano” (Otto Preminger, 1979), “El americano impasible” (Phillyp Noyce, 2002), y fundamentalmente
“El tercer hombre” (Carol Reed, 1949). Esta última no la destacaría solo dentro del subgénero de espías, sino como una de las grandes películas de la historia del cine, en la que el propio Graham Greene firma el guión, y donde Orson Welles actúa como director en la sombra.
Por su valor cinematográfico no debemos olvidar el cine de
Alfred Hitchcock quien, en numerosas ocasiones, ha tocado el mundo del espionaje, aunque casi siempre de manera circunstancial, como mero soporte de la trama fundamental, una excusa argumental que él denominaba Macguffin. Quiero destacar en este sentido esa joya llamada
“Encadenados” (1946), en la que Ingrid Bergman se convierte en “el infiltrado más bello” de la historia del cine y donde Cary Grant interpreta a un agente del FBI que, de manera casi psicopática pero muy profesional, empuja a su novia a introducirse en una red de nazis en Brasil y comprometerse con su peligroso jefe.
En este repaso anárquico e incompleto no debemos olvidar una muestra de cine no-anglosajón, reciente,
“La vida de los otros”, gran película alemana de 2006 que nos introduce a modo de “espejo de Alicia”, en los sentimientos que se encuentran al otro lado; un capitán de la Stasi tiene la misión de espiar y escuchar las conversaciones de un escritor y de su novia. El director, Florian Henckel von Donnersmarck, al igual que hizo Coppola en 1971 en “La conversación”, nos permite empatizar con un personaje oscuro, una especie de voyeur profesional, que hurga en la intimidad ajena, pero que también es capaz de sentir y sufrir por lo que le ocurra a las personas espiadas.
Vuelvo al mundo de la televisión, donde sin duda se están desarrollando las mejores obras audiovisuales de la última década.
“Rubicon” es una serie de 2010, producida para la cadena televisión por cable americana AMC, de la que se ha emitido la primera temporada y que desgraciadamente no va a tener continuidad. Recupera el estilo de “Calderero, sastre...”, con un muy alto rigor documental y alejada de tópicos. La trama es interesante, su ritmo pausado y envolvente, termina atrapando... pero son los detalles los que convierten “Rubicon” en una serie de referencia para conocer ese estrato de la comunidad de inteligencia más vinculada a la realidad del analista que al clásico agente operativo.
El mundo del espionaje ha sido infinidad de veces abordado en películas y series de televisión. Pero casi siempre desde la óptica más operativa, asociándolo a otros géneros como el bélico, el policiaco o el político. El cine habla más de “servicios secretos” que de “servicios de inteligencia” y aún falta esa gran película que se se introduzca en el mundo del análisis, una fase del ciclo de inteligencia muy difícil de plasmar en la pantalla, pero de tal importancia y trascendencia que representa el momento en que la información deja de serlo, para convertirse en inteligencia.